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Edición:  Moira Soto




 "Observadora atenta de gente que lee o que espera en lugares públicos, Sonia Novello empieza a prendarse de jóvenes lectores inmersos en el libro que lleva abierto en sus manos, en el colectivo, en una sala de espera... Y los fotografía con cariño para luego narrar  entusiastamente esa experiencia". Moira Soto




“Ya no era más una niña con un libro: era una mujer con su amante”

Clarice Lispector, Felicidad clandestina



Desde que tengo memoria, me ha gustado observar a la gente en los medios de transporte, esa especie de no lugar o de lugar de transición. También mirar con atención a las personas que esperan, ya sea en una sala para ser atendidas, o en alguna larga fila, haciendo pacientemente cola…  Imaginar hacia dónde dirigen las miradas que parecen perdidas, las ansiosas, las que se encuentran con un punto de interés, las que denotan algún grado de alegría o de tristeza...

Stanislavsky, en su clásico Un actor se prepara describe alguno de los ejercicios que hacía practicar a sus alumnos, entre los cuales hay uno que recuerdo especialmente, sin duda debido a mi particular tendencia: el de “la espera”. El alumno al que le tocaba, empezaba a acomodarse en la silla y a mirar hacia todos lados; en fin, a moverse inútilmente, sin un objetivo. Ahí era cuando el Maestro señalaba  lo difícil que resultaba “actuar la espera”, señalando que ese alumno quería cumplir tan bien con la consigna que se esmeraba en reproducir todas las pequeñas posibles acciones que supuestamente hace “el que espera”.
De muy joven empecé a viajar todos los días a la misma hora y a desarrollar de cierta manera mi tendencia acaso un tanto voyeurística. Así, con el tiempo me comenzó a interesar distinguir a las personas que solía ver regularmente.  Después llegaba el reconocimiento mutuo, una mirada sin intención, hasta que con alguno que otro empezábamos a saludarnos con un simple pero intencionado intercambio de miradas. Fueron pasando años durante los cuales se iban produciendo cambios que denotaban el paso del tiempo en el aspecto físico, en la indumentaria, los cortes de pelo, la influencia de las modas. También las huellas de las distintas vidas vividas...
Cuando viajaba en tren o en colectivo, notaba que las personas miraban por la ventana, a veces mirando sin ver. Una ventana hacia el exterior siempre atrae como un imán; casi diría por inercia. En cambio, en el subte, donde las ventanillas son casi ciegas, muchas personas dirigen sus ojos hacia el interior del vagón; inevitablemente algunas de ellas se miran entre sí, otras tratan de esquivarse.
En esta era de nativos digitales, donde las redes sociales parecen alcanzar un puesto cada vez más alto en nuestra existencia,  la hermosa visión de una persona concentrada leyendo un libro en papel (¡sí, por favor, con la materialidad del papel!), me parece un acto de valentía y de libertad que me conmueve mucho. Una escena que me fascina, que me hipnotiza. No puedo dejar de mirarla. ¡Y, paradojas del destino, no puedo menos que sacar mi celular y fotografiarla! Quiero capturar ese momento de paz, de intimidad, de perfecta abstracción de esa persona. Aún de pie, tomándose de un caño, balanceándose por el movimiento del transporte en cuestión -y en muchos casos- con auriculares puestos. Se sabe que sobre todo los nativos digitales cultivan la capacidad de la atención simultánea, o acaso han elegido la banda sonora ideal para el libro que están leyendo… Por mi parte, no puedo evitar pensarlos como seres un toque románticos, con una sensibilidad privilegiada en este mundo acelerado, digitalizado, utilitario.
Y hasta creo percibir cierto orgullo distintivo en ellos, los lectores,  mis lectores, al sentirse observados. Y también un dejo de pudor por verse descubiertos en su goce secreto, mientras que, entretanto, yo me quedo absorta como quien sorprendiera a una monja de clausura entregada a su comunicación con Dios en el murmullo de su oración diaria. 
Soy del club de quienes creen que algunos libros pueden modificar mentalidades, sensibilidades, cualquiera sea su oficio, ocupación o profesión. Que, por caso, el sentimiento de compasión se puede agudizar, enaltecer después de leer el cuento La tristeza, del genial Anton Chejov. Y otro ejemplo para cerrar: la felicidad específicamente literaria que nos brinda el ponerse a descifrar esa maravillosa metaficción de Italo Calvino titulada Si una noche de invierno un viajero.


Obvio es decirlo, la condición del que viaja o del que espera ha cambiado drásticamente desde el uso de los móviles y todo el aparataje digital. Se ha hablado mucho de la adicción incontrolable que ha generado el celular; de la enajenación y de la facilidad de comunicación y de resultados inmediatos;  de la sobreinformación y de la desinformación. Si el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación, según escribió Borges, ¿que podríamos decir del celular usado en todo momento y lugar, adherido a nuestro cuerpo día y noche?














@Candelapecar






Texto e imágenes, Sonia Novello. Julio 2023
Algunas fotos son enviadas por Marcelo Valerga
@teatrodibujado













Esta imagen es de 2018. Sin duda antes las personas leían más, por lo menos en los medios de transporte.



Texto publicado en Damiselas en apuros nro 87. 



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