NO TODOS LOS ÁRBOLES MUEREN DE PIE
“(…) Qué sería del viento sin el árbol que lo llena de manos y caricias.” Julio Cortázar, quien vivió en el barrio de Agronomía hasta irse a Francia en 1934.
Al llegar al barrio doblé por la cuadra para llegar a casa, pero por un instante dudé. ¿Había doblado bien? Sí, era mi cuadra. Es que me desorientó el sol incendiario del mediodía de verano azotando la vereda donde solía haber sombra. Y ahí lo vi, en medio de la vereda: un pozo recién brutalmente removido, la tierra rota, negra, aún fresca al descubierto, restos de raíces como lombrices aún estremecidas por la violencia -inevitable supongo- con la que se arrancó el tronco. ¿ Cómo lo hicieron? Parecía arrancado de cuajo, ¡pero era enorme! Habían sacado el árbol más ancho del mundo (de mi mundo al menos).
El cuerpo del árbol ya no estaba. Ni mutilado ni tirado. Las ramas en el suelo y las hojas aún brillantes exhalando vida, sin saber que empezaban a morir.
No era un árbol originario de la región, era un Paraíso, de más o menos 15 metros de altura, tan ancho que para abrazarlo se necesitarían dos personas con los brazos abiertos para rodearlo.
Los pliegues en relieve resquebrajados de su corteza eran profundos, interrumpidos cada tanto por pequeñas cuevas que albergaban seguramente materia viva y muerta.
En primavera explotaba de flores lilas perfumadas y también entre las hojas podían aparecer frutos pequeños con forma de bolitas, que -según expertos- bien utilizados podrían servir como repelente de mosquitos y hormigas (aunque mortales para la ingesta humana). En verano recibía visitas de mariposas y regalaba una espesa alfombra de sombra bajo la copa ancha y tupida. En otoño sus hojas en tonos ocres y dorados ya caídas sobre la vereda danzaban en repentinos oleajes a merced de la brisa o el viento.
Pasar por ahí era sentir algo especial, como quien pasa ante un monumento sagrado o un altar, al que aún sin detenerse es inevitable deslizar la mirada a modo de tímida reverencia.
¿Cuántos años le habría llevado crecer? ¿Cuántos anillos contaría el interior de su tronco? ¿Cuántos ríos de savia lo habrán nutrido? ¿Cuántos gatos lo han trepado? ¿A cuántos pájaros habrá refugiado? ¿Cuántos otoños lo desnudaron? ¿Cuántas generaciones de vecinos habrá conocido? ¿De cuánto habrá sido testigo?
Pero en la cuadra no hubo tiempo para preguntas. Más bien hubo sentencias: “puede atraer ratas”, “ensucia la vereda”, “se puede esconder uno atrás para asaltar a alguien que pasa”, “se puede caer”, “ es muy viejo”.
También fue doloroso cuando un vecino sacó un árbol de la vereda de su casa para tener su lugar de estacionamiento del auto. Sí: para subir su auto a la vereda y garantizarse siempre estacionamiento propio. Esto funcionó como acuerdo tácito con otros vecinos que con total impunidad imitaron la prepotente acción.
Tipas, palos borrachos, ficus, robles, liquidámbares, plátanos, sauces, acacias, paraísos y jacarandás son algunos de los árboles que embellecen el barrio de Agronomía.
Todavía se respira algo de la ya frágil identidad barrial: el Club Comunicaciones, las avenidas con algunos pequeños y viejos comercios, las facultades de Agronomía y Veterinarias, con sus parques y caminos arbolados que convocan, además de al alumnado, a vecinos y no tanto, y de todas las edades, para caminatas, paseos o simplemente para oxigenarse y disfrutar del ponderado verde y aire puro que nadie se atrevería a menospreciar.
Es que hasta hace unos años, al bajar del tren y resoplar aliviado el trajín del día, adentrarse en las calles tranquilas daba la sensación de llegar a casa mucho antes de abrir la puerta del propio hogar: las calles con adoquines, las casas bajas, algunos frentes más sofisticados que otros pero prolijos, alguna que otra puerta rudimentaria, otras imponentes con llamadores y las veredas anchas. Muchas con césped que en su mayoría gozaban del calor del sol en invierno y de la sombra fresca en verano gracias a los añejos y exuberantes árboles.
Hoy en día las sombras gigantes sobre las veredas las brindan los edificios que aparecen a borbotones en esquinas, a mitad de cuadras y así avanzando en cada manzana.
-En los últimos tiempos se han tirado casas antiguas hermosas con frentes con molduras, por lo menos dos por cuadra y en su lugar se levantan dúplex de mal gusto y cada vez más se ven grandes edificios quitándole el espíritu de barrio. Árboles también se han perdido pero hay que reconocer que también se han ido plantando algunos. Lo que sí se perdió es la uniformidad de árboles en las cuadras. Antes había una cuadra toda con plátanos, otra con fresnos y así, y esto cambió el paisaje. Y por supuesto hay personas que cuidan el árbol de su vereda y otras a las que les molesta … - cuenta un vecino de Agronomía con cierta nostalgia, habitante del barrio hace más de cuarenta años.
Hoy llegando a la esquina doblo para llegar a casa y donde estaba el árbol más ancho de mi mundo hay baldosas cuadradas perfectamente dispuestas, de color gris mugre.
Los patios y terrazas de las pocas casas viejas que quedan en la cuadra y en el barrio también tienen cada vez más sombra. Es que los edificios brotan sin permiso alrededor.
Y desde esas terrazas y esos patios se ven cada vez menos copas de árboles. Menos cielo.
Sonia Novello. Enero 2025
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