Claudia Mac Auiffe y yo. Cómo nos convertimos en asesinas a sueldo, no binaries.
(texto escrito a pedido para la revista Damiselas en apuros nro. 75, antes del estreno de El montaplatos)


El Director de la Compañía teatral De Carencia Virtú, Alejandro Vizzotti, es un gran admirador y conocedor de la obra de Harold Pinter. Hay una foto memorable, que atestigua que además  lo conoció personalmente  en Barcelona cuando éste fue a ver una obra que reunía varios textos de él y en la que Vizzotti actuaba. 

En el 2012, nos propuso hacer Los sketches de revista del dramaturgo inglés. Eran cinco obras muy cortas escritas durante los primeros años de producción como autor teatral y un poema, que había sido censurado. Era la primera vez que se hacían en Buenos Aires y nos orgullecía hacer esos textos tan extraños, de pocas palabras, donde lo que se dice es tan importante como lo que no se dice, donde los personajes piensan lo que van a decir y terminan contestando otra cosa, donde, en realidad,  ni se llegaba a hablar de personajes – no daba el tiempo, eran demasiado cortas las escenas - sino que son  “voces” nos decía Vizzotti. Voces marginales de la sociedad, algunos más, otras menos,  que reflejaban tan puramente lo que se podía llamar "lo pinteriano". Los roles de hombres los hacíamos las dos mujeres de la compañía, aunque en esa puesta también compartimos cartel con el mismo Vizzotti y el actor Marcelo Mariño. En un sketch los personajes de hombres los hicimos con Claudia, con solo un par de bigotes de pelo sintético pegados arriba de los labios. Lo que nos reímos… 

Pero volviendo a lo pinteriano, ese juego, entre lo dicho y lo no dicho, lo complejo de lo que aparentemente no lo es, las puestas sencillas, los textos intactos, es lo que nos fascina de hacer teatro, esa interminable búsqueda, en la que quizás podemos decir que llegamos a encontrar algo cuando se completan con la mirada del público.

 Y así después hicimos y -nos enamoramos de-   Gambaro y Puig (porque para jugar, jugamos con los mejores) y ahora volvemos a Pinter, “de quien nunca nos fuimos”, como nos remarca  Vizzotti.

“El montaplatos” es un clásico escrito para dos actores hombres, pero, eso ni siquiera se cuestionó.  Esta obra hacía rato que rondaba en la cabeza del director, y la compañía De carencia virtú, siempre en funcionamiento y con ánimo de diversión, se subió ilusionada a tamaño barco.

 “El texto no se toca” fue la consigna. Ni siquiera modificamos los nombres de los personajes. Son Ben y Gus. Sí por supuesto nos referimos en femenino una a la otra: “tarada” y no tarado… etc.  Al principio, como todos los principios de acercamiento al texto era el juego el que amalgamaba todo. Y era muy tentador, disponer el cuerpo a lo “tipo que maneja un revólver”, pensarnos dos chabones asesinos, jugar a eso era de lo más divertido y productivo a los fines de amasar el vínculo y demás, pero, claramente se veía en escena a dos mujeres. Esos cuerpos tuvieron un correlato en el vestuario. Un vestuario en el que la diseñadora (Gabriella Gerdelics) esculpió cual orfebre con diferentes texturas de telas, fieles referencias al clown inglés, armonizando y complementando simetrías entre los dos personajes apostando así a las dos caras de una misma moneda.  Hay piernas estilizadas por medibachas,  uñas pintadas, pelos encanecidos desordenados y sensuales, pero también borcegos que pisan firme, pantalones holgados cortos,  chalecos ceñidos y moños a cuadrillé en el cuello. Es decir que si el vestuario hace legible  socialmente a los cuerpos según las apariencias, en este caso, la construcción no sería desde una perspectiva binaria, si no una mezcla. Ni A, ni B. Es un C. 

Hay que decirlo. La diseñadora de vestuario es un lujo aparte. La trajimos de Europa y no solo es una admiradora de Harold Pinter: Entre su vasta formación estudió  Diseño de escenografía, vestuario y objetos, en  el Royal Central School of Speech and Drama, de Londres en el que Pinter fue destacado como  Notable alumni e incluso la presidió por un corto tiempo. ¿Cómo no decirlo?

Clau y yo:

Si bien con Clota coincidimos en el amor a Pinter, nada más lejos de nosotras en la forma de comunicar, que “lo pinteriano”. Nos reímos diciendo que somos de esas personas a las que respondemos literalmente a la pregunta: - Qué tal? Y … “traaaaaaaa…” dice Claudia en un gesto amplio con toda la cara y con vozarrón, para referirse a que somos así, de contar todo, de volcar en una florida síntesis lo que nos pasó en la vida entre ensayo y ensayo.

Ahora pienso ¿por eso nos gustará tanto actuar? Tener que decir exactamente eso y  no otra cosa, que sea vea solo lo que se tiene que ver, es un gran desafío para dos seres tan histriónicos.

“Somos un desastre” nos decimos a veces durante el ensayo cuando nos tentamos, los chistes al acecho se cuelan, los recuerdos de grandes errores en escena que hemos cometido en funciones pasadas, y querer repetir la anécdota una y otra vez porque nos hace reír como la primera vez.  O mezclamos textos, el deseo imperioso de jugar a ver si nos acordamos de esa escena de años atrás y tratar de repetirla.  El Director y el asistente suspiran largo. Son gente con paciencia zen. Hay que decirlo.

Es que Clota es muy graciosa. Siempre el chiste, o la guarrada que hace estallar de risa a cualquiera. La impunidad, su agudeza, su frescura, su sabia liviandad y su rapidez. Me hace reír mucho, cuenta cosas todo el tiempo y todo con un revés poético y con humor. ¡En su pueblo natal en la ciudad de Neuquén dice que en su primera adolescencia cuando empezó a ir a bailar, cuando conocía a un chico le gustaba hacerse a la tartamuda y lo sostenía todo lo que duraba el encuentro!  Hay que verla imitarse a sí misma en aquella época. 

Cuando hacíamos el sketch de dos hombres en un bar con bigotes, estos se nos corrían todo el tiempo, se nos han llegado a caer en escena y seguíamos de largo, como si nada o nos agachábamos a levantarlo incorporando la circunstancia. Todo muy profesional. Al terminar el sketches nos cruzábamos un segundo “tras bambalinas” y mostrándome el  bigote en la mano, me decía: “me depilé la ingle, mirá el tirón”

Alta y delgada. Cuello fino y esbelto. Gestos gráciles o incorrectos. Sus hijas le encontraron el parecido a un retrato de Madame Curie en un libro sobre ella dibujado por Claudia Carieri. Indiscutible.  Manos de pianista, muñecas angostas y de frágil apariencia. Con todo eso ella puede ser una gacela o un pajarraco. Esto se lo dijo un profesor de teatro y es así. Y en el medio todos los colores. Va y viene como quiere en la vida y ni hablar en el teatro. Está todo junto en ella. 

Luce su pelo largo, ahora canoso, enrulado y siempre en total libertad. Cuenta que hay un vagabundo por su barrio, a quien le puso Diógenes, que   es igual a ella, que podría ser su hermano, que camina, así como ella a trancos largos que más que pasos son una revelación. Dice que sus hijas están de acuerdo y que cuando lo ven dice: - “Ahí va el tío”. 

Es muy graciosa. Cuando no nos sale algún subsidio o un festival o una gira, porque no nos salen algunas cuantas cosas - hay que decirlo-   dice: - “pero looocooo somos el Festival de la desgracia.”  Y nos reímos mucho. Y ese es el acelerador más potente que tenemos. Qué manera de reírnos. 

El teatro nos hizo amigas y el amor al teatro y la constancia,  hermanas. Y ahora, las canas, cómplices históricas.

Hay que decirlo. Nos recordamos muy bellas tiempo atrás. Nos agarramos de lo que una vez nos dijeron, que ella se parecía a Penélope Cruz y yo a Jennifer Ariston.  Inmediatamente nos pusimos a buscar fotos de ellas juntas. Ojo que había algo eh!?  Los colores, una brisa tal vez..

Peny y Jeni, del subdesarrollo nos decimos. Qué risa. 


Sonia Novello, 19 de junio de 2021
























Sketches de Pinter 2012

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