POCAS PALABRAS
Mi mamá me dice que habla con las arañas. Y que éstas no huyen cuando escuchan sus pasos, al contrario de cualquier cucaracha que escapa al menor movimiento cercano o por un repentino baño de luz.
"Caminan al ladito mío"- me cuenta mi mamá en voz baja, evocando ese momento en el que todo sucede sigilosamente cuando las arañitas - también dueñas de la casa - no solo que no tienen la necesidad de escurrirse fugazmente debajo de algún mueble, o una puerta, sino que comulgan mutuamente en una íntima complicidad.
"Me cuidan atrapando a las hormigas. Saben que a mí me hacen un bien" - insiste la ama y señora de sus solitarios días, defendiendo así su inefable y pintoresca conjetura.
Es que las arañas en sus laboriosas y resistentes mallas casi imperceptibles, atrapan a las hormigas, polillas y a los mosquitos que también circulan por la casa, para alimentarse. Aunque estos, tal vez sin tanto afán de construir su morada, pero sí son andantes displicentes, dueños del aire y de los surcos más caprichosos por todas las superficies y rincones de la casa.
"Ese es un trabajo para agradecer " remata mi madre.
¿Cómo atreverse entonces a discutir la existencia de semejante peripecia? la del diálogo silencioso, la del encuentro interespecie y el acuerdo tácito?
En definitiva, la que se refiere a eso de... " a buen entendedor..."
Sonia V. N., noviembre 2020
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