LOS ARBOLES NO SIEMPRE MUEREN DE PIE


En la cuadra de mi casa había un árbol muy viejo: enorme, robusto, frondoso e increíblemente ancho. Pasar por ahí era sentir algo especial, como quien pasa ante un monumento sagrado o un altar, al que aún sin detenerse es inevitable deslizar la mirada a modo de tímida reverencia.


¿Cuántos años le habrá llevado crecer? ¿Cuántos anillos contaría el interior de su tronco? ¿Cuántos ríos de savia lo habrán nutrido? ¿Cuántos gatos lo han trepado? ¿A cuántos pajaritos habrá refugiado? ¿Cuántos otoños lo desnudaron? ¿Cuántas generaciones de vecinos conoció?


El escritor José Saramago, contaba que su abuelo al saber que se iba a morir salió al bosque a despedirse de los árboles abrazándolos. Cada vez que yo pasaba por la vereda delante de ese árbol se me aparecía esa poderosa imagen de un abuelo abrazado a un árbol con la entrega furiosa de quien se alivia al estrechar a un semejante.


Un día los vecinos pidieron sacar el imponente árbol. "Es muy viejo" -argumentaba uno - "Una mugre" se quejaba otro.
Y así uno de los árboles más añosos y enormes del barrio fue mutilado y arrancado de cuajo.


La sombra ancha y fresca, ya huérfana y encandilada ante los rayos impiadosos del sol, huyó veloz con la desesperación de un ciego ante un abismo.


Sonia V. N. setiembre 2016



Solano López al 3000, barrio Agronomía

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